En pasadas entradas de este blog expuse los argumentos en favor de un ingreso básico universal (Universal Basic Income, UBI), tanto desde su justificación filosófica como por su factibilidad económica. Esta propuesta, en pocas palabras, puede definirse como “un ingreso pagado por un gobierno, a un nivel uniforme e intervalos regulares, a cada miembro adulto de la sociedad. El ingreso es pagado sin importar si la persona es rica o pobre, vive sola o en compañía, desea trabajar o no. En la mayoría de las versiones es proporcionado a todos los residentes permanentes de una comunidad, no sólo a los ciudadanos”, según las formulación canónica de Van Parijs, uno de sus principales proponentes.
Aunque la idea del UBI ha ganado mucho terreno durante los meses de pandemia debido al carácter urgente de la situación económica y social, otra propuesta interesante se ha colado en el debate público y merece un momento para su reflexión: se trata de los servicios básicos universales (Universal Basic Services, UBS). La idea es simple, en vez de un ingreso mensual subsidiado por el Estado de forma incondicional, éste brindaría una gama de servicios de forma gratuita y universal a todos los ciudadanos. Como su nombre lo indica, consta de 3 elementos que vale la pena clarificar por separado:
Cuando se habla de servicios se refiere a actividades generadas colectivamente que sirven al bien común.
Cuando se refiere a su carácter básico atiende a las necesidades son necesarias subsanar para vivir una vida digna.
Cuando se dice que son universales significa que nadie, sin excepción por condición económica o social, puede ser excluido de la provisión de los servicios.
¿Por qué elegir el UBS en vez del UBI? Ambas propuestas están encaminadas a liberar al ser humano del reino de la necesidad, el hambre, la pobreza… En ese sentido ambas son redistributivas puesto que en las sociedades contemporáneas se financian a través de los impuestos que pagan los contribuyentes. En una sociedad justa, quienes tienen más pagan más impuestos y financian indirectamente la renta, ingreso o servicios de los que tienen menos (en un futuro, espero no muy lejano, publicaré una entrada del blog sobre este mismo tema: la justicia fiscal como justicia social).
A pesar de su similitud en los fines, divergen en los medios que consideran adecuados (¡el diablo está en los detalles!). Ambas políticas se distinguen en su diseño por una característica fundamental que nos permite evaluar su idoneidad. Mientras el UBI proporciona un ingreso periódico a cada ciudadano, el UBS le proporciona los servicios que, de otra forma, tendría que buscar por su cuenta. En otras palabras, el UBI impulsa la monetarización de la vida de las personas. Si Juan, por poner un ejemplo burdo, cae enfermo, deberá buscar por su cuenta un servicio de atención privado que, quizá, podrá pagar en parte ayudado por el monto que le confiere el Estado.
El UBS parte de la premisa contraria: hay que desmonetizar la vida. Si Juan vuelve a caer enfermo, acudirá a una de las clínicas gratuitas del Estado donde será atendido sin que medie ninguna transacción, pues la clínica y otros servicios se pagan indirectamente vía impuestos y otras formas de recaudación. Cabe resaltar que los defensores del UBI conciben que esto no es necesariamente una ventaja desde la óptica del liberalismo más radical. Me explico. Cuando el Estado confiere una suma de dinero de forma rutinaria e incondicional, está colocando a los ciudadanos en posibilidad de elegir (sus defensores remarcarán que “libremente”) entre los valores y concepciones del bien vivir que consideren más adecuados.
Innegablemente, cuando se piensa en el UBS hay una cierta limitación del rango de opciones con que el dinero puede emplearse pues el Estado puede proveer de educación, alimentación y salud, pero probablemente no esté dispuesto a gastar en proporcionar a cada ciudadano un Nintendo última generación. Sería a la vez costoso, poco fructífero para el bien común y difícilmente concebible como una necesidad básica. La misma definición de “necesidades básicas” es controvertida y merece un análisis aparte, Sin embargo, cuando pensamos en la situación de los menos favorecidos, los proponentes del UBS hacen notar que las transferencias monetarias muchas veces no son suficientes para aliviar las situaciones de necesidad extrema. Piénsese, por ejemplo, en ocasiones en que los bienes necesitados son muy escasos y sólo el Estado puede tener acceso a ellos como la vacuna contra la Covid-19, o en ocasiones en que los gastos son muy superiores a lo que cualquier UBI podría solventar como una emergencia hospitalaria.
Probablemente, la solución a este dilema sea un aristotélico punto medio: un Estado con servicios públicos de calidad más una renta básica universal. En México nos encontramos lejos de este escenario. La pandemia ha revelado las carencias de un gobierno que decidió ahorrar en momentos en que había que salvar vidas sin importar el costo. No obstante, a veces en los momentos más críticos podemos vislumbrar con claridad la sociedad que quisiéramos construir. Bien decía Galeano, con su poesía espontanea: “¿Para qué sirve la utopía? Para eso, para avanzar”.
Alejandro Aguilar Nava
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