Mucho se habla de que nos encontramos en una sociedad posmoderna, en un mundo globalizado, etc. Dichos adjetivos, a los que podemos sumar muchos más, pueden amontonarse sin ton ni son, a veces con cierta razón. No obstante, el lector desprecavido puede quedarse patidifuso sin haber comprendido a qué se refiere el orador que se ayuda de tan ampulosas palabras (por si quedaba alguna duda). Entre muchas cosas que —podríamos argumentar— han cambiado en las últimas décadas, destaca la cuestión de la comunidad. Para valorar la situación, imaginemos dos escenas diferentes:
“Las mujeres se congregaban en torno de la fuente, el pozo u otros lugares junto al río. Aquí vienen, con frecuencia a las mismas horas. Buscan agua, lavan la ropa, intercambian información y evaluaciones. El punto de partida de las conversaciones generalmente será un hecho o una situación concretos. Se los describe, compara con sucesos similares del pasado y evalúa: bien o mal, hermoso o feo, fuerte o débil. Lentamente, pero no siempre, se puede llegar a una concepción común de los sucesos. Es un proceso de creación de normas, un ejemplo clásico de 'justicia igualitaria'.
[...]
El pozo quedó en el pasado. Durante algún tiempo, nuestros países modernos conocieron los lavaderos automáticos que funcionaban con monedas, donde llevamos nuestros trapos sucios a lavar. De paso, tenemos un poco de tiempo para conversar. Los lavaderos automáticos han dejado de existir... Los inmensos centros de compra brindan algunas oportunidades para los encuentros, pero son demasiado grandes para permitir la creación de justicia horizontal. Demasiado grandes para encontrarse con los viejos conocidos, demasiado ajetreados y atestados, nunca permiten las pláticas prolongadas, necesarias para sentar patrones de conducta. La televisión, por supuesto, no es una alternativa funcional al pozo de agua. Al contrario, la televisión es un artefacto piramidal que permite a los muchos mirar a los pocos, y de ahí reciben sus mensajes implícitos”.
("Between Civility and the State", Nils Christie en The New European Criminology. Crime and Social Order in Europe editado por Vincenzo Ruggiero, Nigel South, Ian Taylor, pp. 119-120)
Las líneas anteriores se encuentran tan bellamente redactadas que he preferido copiarlas íntegramente. Nos hablan elocuentemente de la justicia, no como la impartición de penas y sanciones con que la asociamos constantemente, sino con el ejercicio de creación de normas y regulaciones para la vida en sociedad. En un primer momento, la justicia nace de la comunidad. Las mujeres que se reúnen intercambian valoraciones comunes, completan la información entre sí y llegan a juicios compartidos. No hace falta un juez cuando los intereses se ponen en concierto con facilidad. Es el reinado de la comunidad: toda experiencia vital del ser humano se remite a experiencias próximas y terrenos conocidos.
Como bien denuncia la más reciente encíclica del Papa Francisco, las condiciones actuales poco conservan de eso. Tanto fue el cántaro al agua que se rompió. La persona no acude ya más al pozo. La televisión nos muestra fragmentos del mundo desordenado, irreverente y acelerado. Tanta información se vuelve tan poca, no por simple escasez, sino por saturación y agotamiento. Podemos conocer lo que realiza aquella actriz famosa del país lejano, pero apenas y saludamos al vecino. Probablemente, por citar al filósofo alemán Rüdiger Safranski, recibimos más globalización de la que podemos aguantar. Es un problema de tamaños, el mundo crece más y más según estamos conectados, pero las personas seguimos irremediablemente diminutos.
¿Dónde quedan las normas y juicios comunes? En un mundo que se nos presenta como un gran supermercado, son difíciles los lugares de encuentro. No son necesarios, se nos reitera, la televisión e internet nos informan qué vale la pena y qué es desecho. Un ejercicio etnográfico revelará a cualquier antropólogo aficionado que en Walmart no hay más que pasillos y estantes. La disposición de los elementos favorece el flujo, el entrar-comprar-salir… Obviamente las sociedades contemporáneas no son exactamente supermercados, pero la analogía es necesaria. Todo es flujo y todo es precio. ¿De dónde sacaremos los nuevos lugares de encuentro?
Alejandro Aguilar Nava
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