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La interrupción del continuum histórico

Mtro. Sergio Treviño Garza

Mtro. Sergio Treviño Garza


Tendemos a pensar en el tiempo como un flujo homogéneo y vacío, objetivo. Aun cuando

no nos obliguemos a responder a la pregunta que atormentaba a Agustín, nuestros relojes se encargan de ello y sostienen, por nosotros, la creencia de que el tiempo no es más que un continuum que tiende inevitablemente hacia adelante.


A pesar de que la evidencia material apunte en la dirección contraria, parece que nuestra conciencia se niega a modificar su noción precrítica de temporalidad. Walter Benjamin había ya dado cuenta de aquella dificultad en sus Tesis sobre el concepto de historia, y advirtió que nuestro concepto de tiempo estaba moldeado por las formas de producción dominantes, las cuales requieren, para operar, de un soporte ideológico que nos permita desviar nuestra mirada de las víctimas de la explotación del hombre por el hombre y dirigirla hacia un futuro siempre lejano, pero “prometedor”; ese soporte requerido es, precisamente, un concepto particular de tiempo: aquel determinado por una creencia ciega, casi religiosa, en el progreso.


Es nuestra confianza ciega en el progreso, que descansa en un concepto de tiempo homogéneo y vacío, la que sostiene fantasmáticamente la relación de subordinación que mantenemos con las formas hegemónicas de dominación. De ahí que, en la actualidad, uno de los actos más radicales de transformación social no sea sino una especie de detenerse: la interrupción del continuum histórico. Desde este punto de vista se vuelve un imperativo para nosotros recuperar la dimensión crítica de este detenerse al que invita la liturgia católica.

En efecto, el Adviento se presenta, en nuestra reflexión, como un evento que desafía la visión hegemónica del tiempo al ofrecer una nueva noción de temporalidad. Se trata de una

interrupción del transcurrir ordinario que abre espacio para la irrupción de otra cosa, para la irrupción en este orden de una novedad que escapa y subvierte la lógica en la que interviene.


El Adviento cuestiona, pues, al statu quo con una noción de temporalidad que permite la emergencia en el presente del acontecimiento mesiánico, irrupción constantemente ahogada y postergada por la noción de progreso que se encuentra en el fondo de nuestro concepto precrítico de tiempo.

Ceder en la reflexión y prometer obediencia a Cronos es dejarse arrastrar por el huracán que sopla desde el paraíso y nos arrastra irresistiblemente hacia el futuro, sin la posibilidad de volver la mirada. Cambiar nuestro concepto de tiempo es realizar el viraje que parece imposible.

Desde el punto de vista de las formas hegemónicas de producción, el Adviento es un periodo de desobediencia y rebeldía, pues introduce una idea de tiempo que interrumpe el

continuum histórico y abre la posibilidad del surgimiento de algo nuevo. Contra el activismo, tan apreciado por las narrativas sociales dominantes, que no cesa de «hacer cosas» para que, en el fondo, nada cambie, el Adviento exige un detenerse que trae consigo el reconocimiento de que a nosotros nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica cargada de un poder radicalmente transformador.



De ello se encarga de recordarnos la lectura de Miqueas: «De ti, Belén, pequeña entre las aldeas de Judá, saldrá…». A diferencia del verdugo del progreso, que ubica siempre la gloria de su promesa en un futuro brillante y poderoso, el Adviento, con su interrupción del continuum histórico, introduce una nueva noción del tiempo en el que el futuro es un hoy donde las esperanzas del pasado se dan cita; es la espada que abre el vientre del Cronos para liberar a sus hijos de su dominio.


Nosotros somos los depositarios de esta fuerza, que es débil en comparación con el viento que nos arrastra hacia adelante y por lo fácil que es perderla de vista, pero no en virtud de su potencial radicalmente transformador, el cual ni siquiera somos capaces de imaginar.


Contra la idea de progreso, que nos ofrece un concepto de tiempo homogéneo y vacío, el

Adviento nos propone la noción de un tiempo “lleno”, un tiempo cualitativo que es ahora. Es en esta estructura que se reconoce el acaecer mesiánico, donde el futuro, siempre postergado, deja de ser la consecuencia inevitable del progreso. Por el contrario, en el tiempo del Adviento, cada segundo es la pequeña puerta por la que puede entrar el Mesías.

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