Por Alejandro Aguilar
"Así pues, escuchadme, como hombres sensatos. Lejos de Dios el mal, de Sadday la injusticia; que la obra del hombre, él se la paga, y según su conducta trata a cada uno." Job, 34 : 10-11 I
“Explotar”, en el sentido clásico significa sacar valor de algo. El prefijo “ex” remite a “llevar afuera”, mientras que “plotar” (del francés, “ploiter”) lleva a la noción de “desdoblar”. De ahí también el uso moderno que suele dársele: la bomba explotó, es decir, se desdobló -en este caso, violentamente- hacia fuera.
Puesto que proviene del latín, hay usos documentados del término en un sentido similar desde el siglo XVII. Sin embargo, con el nacimiento de la economía política su significado cambia. Mientras que anteriormente el “hacer valer algo” era un proceso neutral, para Jean-Baptiste Say era la acción de sacar de alguna cosa, o de alguna persona una ganancia ilícita o excesiva. En un pasaje interesante, refleja el sentido peyorativo de la noción con un doble matiz al hablar de los “exploradores” que conquistaron América:
“Los primeros de ellos encontraron, de un lado en las Antillas, en México y en Perú, más tarde en Brasil, y del otro en las Indias orientales, con qué satisfacer su avaricia, cuan grande era. Después de haber agotado los recursos naturales anteriormente amasados por los indígenas, ellos fueron obligados a recurrir a la industria para explotar las minas de los nuevos países y las riquezas preciosas de su agricultura. Los nuevos colonos los remplazaron, puesto que la mayoría de ellos aún conservaban la ambición de regresar, con el deseo no de vivir cómodamente en las nuevas tierras dejando una familia feliz y una reputación sin mancha al morir, sino el deseo de ganar lo suficiente por dilapidar en alguna otra parte la fortuna adquirida. Este motivo introdujo medios violentos de explotación, de entre los cuales el más notorio fue la esclavitud.”[1]
Del párrafo anterior emanan reflexiones interesantes. La más notoria, la explotación como “extracción de valor” deja de entenderse como un fenómeno neutral. Por el contrario, la explotación conlleva ya una condena moral. Este uso del término contravenía otros más antiguos que entendían “explotar” como “llevar algo a su fin” simple y llanamente. Adicionalmente, la extracción de valor puede recaer en dos entidades diferentes: los seres humanos, cuyas vidas llegan a ser reducidas a la esclavitud según Say, y los recursos naturales agotados.
II
En una entrada anterior, remarcaba el hecho de que solemos contemplar la pobreza en un sentido reducido, como el fondo del problema. Por el contrario, esta es más que nada una manifestación de sociedades profundamente desiguales. Aquí se encuentra la importancia de pensar en la explotación, que funciona como un mecanismo mediante el cual la desigualdad produce pobreza.
La historia de la explotación parece reciente, aunque en realidad es una de las ideas más antiguas del pensamiento social. Aristóteles y Santo Tomás de Aquino ya contemplaban la posibilidad de que en ciertos intercambios comerciales un participante fuera tratado en desventaja por otro. Esto lleva a Santo Tomás, por ejemplo, a condenar la usura, en tanto quien presta dinero recibe más de lo que originalmente dio, aunque también preocupa que quien pide dinero lo pueda hacer llevado por la necesidad.[2]
La distinción central que nos ayuda a conectar la desigualdad con la pobreza a partir de la explotación requiere de reflexionar sobre el carácter de esta última.
Según Zwolinski y Wertheimer, es posible distinguir entre dos tipos de explotación: transaccional y estructural. La primera refiere a intercambios desiguales en relaciones discretas, mientras que la segunda noción a condiciones del sistema que hacen que recurrentemente una persona o un grupo de personas sean explotadas. Un ejemplo de explotación transaccional podría ser, por ejemplo, cuando una persona acaudalada es engañada sobre el valor de un producto de lujo (un Rolex falso), mediante el cual el vendedor extrae valor aprovechando una cierta vulnerabilidad (no saber distinguir el Rolex falso de uno auténtico). En este caso, la desigualdad no es una condición de posibilidad para la explotación.
Sin embargo, en ocasiones la explotación puede ser una característica del entorno en que nos desenvolvemos. Santo Tomás ya anticipaba dicha cuestión. Cuando se interroga sobre la naturaleza de la usura, afirma tajante: “Recibir interés por un préstamo monetario es injusto en sí mismo, porque implica la venta de lo que no existe, con lo que manifiestamente se produce una desigualdad que es contraria a la justicia”.[3] Tal suerte de explotación, que Aquino identifica como injusticia, no es una cuestión transaccional como algunos críticos podrían argumentar, en la que las personas voluntariamente recurran a un préstamo y decidan pagar los intereses. En cambio, “Que el prestatario que paga interés no lo hace con absoluta libertad, sino obligado por cierta necesidad, en cuanto precisa tomar dinero a préstamo, que el prestamista no quiere darlo sin recibir un interés”.[4]
En el fragmento de Aquino observamos una reflexión temprana de la idea de la explotación estructural. Las personas empobrecidas, en su necesidad, deben recurrir ante quienes tienen mucho más que ellas para solicitar el auxilio. Los prestamistas, en cambio, aprovechan la vulnerabilidad de las primeras para extraer valor, pues en buena medida el dinero adicional que reciben en la forma de intereses no responde a ninguna actividad productiva. Si bien desde el punto de vista de Aquino el interés es en sí mismo ya es inmoral, la desigualdad de poder entre quien tiene y quien necesita da la posibilidad al primero de fijar las tasas a su gusto del interés por cobrar.
Bajo este marco de análisis, la explotación aún puede ser concepto central de la crítica moral a un sistema económico injusto. Aunque las proposiciones económicas al concepto de explotación han sido largamente criticadas (en una discusión que necesitaría más espacio), eso no significa que debamos renunciar a la noción como un pilar para la búsqueda de justicia social. La explotación hoy en día encontrará fértiles usos para dar cuenta de las grandes brechas salariales entre los trabajadores y los directivos de empresas o el sistema financiero y las abusivas ganancias que se obtienen mediante créditos y otras formas modernas de deuda. En un desarrollo reciente, la economía feminista ha utilizado la noción de explotación para entender la forma en que la economía capitalista se reproduce a partir de la fuerza de trabajo no pagada (explotada) de las mujeres que se dedican a los trabajos de cuidados.
III
Como vimos, la sustracción de valor no es solo una actividad que se pueda realizar de un ser humano sobre otro. En el lenguaje corriente aún hablamos de “explotar el petróleo, principal riqueza de la nación”, sin adscribirle una valoración negativa. Cuando queremos anunciar nuestro desacuerdo, acudimos a una versión agudizada: “sobreexplotación”, para dar cuenta del sentido nefario. Esto no ocurre así en el dominio de las relaciones sociales. No es necesario decir, por ejemplo, “sobreexplotación sexual” para dar cuenta de una práctica inmoral e ilegal, basta simplemente decir “explotación” …
¿Por qué es posible hablar de explotación de los recursos naturales sin sentirnos culpables y no de seres humanos? Esto no quiere decir que a las personas no se les explote, sino que al menos esa explotación está largamente encubierta y no es reconocida, mientras que a todo lo demás se le puede explotar sin pena. La razón estriba en la forma en que reconocemos el mundo como un objeto de dominio, sobre el cuál tenemos amplia potestad.
Esto se expresa claramente tanto desde un punto de vista cultural como material. Por un lado, dirá el antropólogo Philippe Descola, la modernidad está fundada sobre una ontología naturalista, en donde concebimos que el sujeto humano de conocimiento es diametralmente diferente a los objetos que reconocemos, que hemos llamado naturaleza.[5] Esta última es considerada materia inerte y vaciada de sentido hasta que es transformada por los seres humanos -se convierte en cultura. Los imperativos económicos de acumulación constante y desarrollo expansivo, en los hechos, fomentan la constante expansión de la actividad humana a todas las esferas del planeta. La transformación de la naturaleza en productos culturales, de cualquier índole, ha sido largamente considerada una actividad positiva, lo que hace a la explotación de lo no humano un fenómeno encubierto, difícil de apreciar.
De forma indirecta, este proceso también termina produciendo pobreza en tanto es mediado por la desigualdad. La explotación de los recursos naturales no es igual para las personas más pobres del planeta y las más ricas. Las primeras consumen muy por debajo de lo que el ecosistema puede volver a generar, las segundas mantienen estilos de vida que harían necesario varios planetas si todos vivieran como ellas. En cambio, cuando se trata de obtener los resultados de la explotación y, en ocasiones, agotamiento, de los recursos del planeta la situación es inversa: quienes más tienen aseguran al acceso aun en situaciones desesperadas, mientras que quienes menos tienen sufren la escasez o son los primeros afectados por catástrofes naturales. A fin de cuentas, la explotación del medio ambiente también se funda en desigualdades de fondo, produce pobreza (por ejemplo, pobreza ambiental) y actúa como un mecanismo estructural.
[1] Jean-Baptiste Say, Traité d’économie politique, p. 226. Las cursivas son mías. [2] Véase: Zwolinski, Matt and Alan Wertheimer, "Exploitation", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Summer 2017 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = <https://plato.stanford.edu/archives/sum2017/entries/exploitation/>. [3] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica. Parte II – II. (Madrid: Biblioteca de autores cristianos). Cuestión 78, p. 601. [4] Santo Tomás de Aquino, Idem. Cuestión 78, p. 603. [5] Véase: Philippe Descola, Beyond Nature and Culture (Chicago and London: University Of Chicago Press, 2014).
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