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Foto del escritorAlejandro Aguilar

La austeridad cobra vidas


Conforme entramos al año, la pendiente se vuelve más pronunciada. No se trata de la tradicional cuesta de enero, sino de otra curva con consecuencias mucho más catastróficas. Para quienes habíamos pensado que lo peor se había quedado en 2020, la constatación no es grata. En México se está alcanzando “un nuevo pico” de la epidemia que, vista en términos generales, nunca dejó de crecer. Al 17 de enero, la pandemia se resume en 3 simples datos: 1.63 millones de personas contagiadas, 1.21 millones recuperadas y más de 140 mil defunciones.


Por más que se insista, la pandemia no es tan democrática como se piensa, pues afecta siempre a quienes menos tienen: el 71% de los muertos por Covid-19 entre mayo y junio de 2020 tenían escolaridad primaria o inferior.


Por otra parte, la pandemia también ha traído consigo consecuencias adversas al bienestar de la población. Un breve recuento de los “daños colaterales”: según la ECOVID-ML, de abril a julio de 2020, la tasa de desocupación aumentó de 5.9 a 8.7%. Esto significa que casi 1 de cada 10 mexicanos que se decía dispuesto a trabajar carecía de empleo. De quienes se mantenían ocupados, cerca de 1 de cada 5 fue “descansado” en el mismo periodo (21.8% en abril, 19.4% en mayo, 18.5% en junio y 22% en julio), llevando las mujeres siempre la peor parte. Cabe mencionar que a lo largo de dichos meses, las mujeres sufrieron en mayor porcentaje que los hombres cambios de sus horas de trabajo para trabajar desde casa. Esto no necesariamente es bueno, dado que las mujeres normalmente son las encargadas de asumir los trabajos de cuidados, lo que significa dobles jornadas para muchas de ellas. Insospechadamente, quedarse en casa no libra de la enfermedad, pues 28% de los fallecimientos de mayo y junio fueron de amas de casa.


Además, en términos inmediatos, un estudio de la UNAM revelaba que la pobreza extrema podría haber aumentado de 22 millones a 38, sólo de febrero a mayo. No es de extrañar cuando se comprende que, incluso entre la población que pudo mantener su empleo, un alto porcentaje vio sus ingresos disminuidos a causa de la pandemia. Sin embargo, los efectos perversos de la crisis social y económica son acumulativos y de algunas consecuencias apenas nos habremos de dar cuenta en tiempos por venir. Por ejemplo: ¿cuál será la consecuencia en términos de pobreza de todos los fallecimientos? Familias arruinadas donde falta la persona que proveía puede llevar a los límites la necesidad. Los resultados pueden ser persistentes; por ejemplo, las niñas y los niños que tendrán que dejar la escuela para trabajar y suplir al proveedor pueden verse condenados a perpetuarse en la pobreza. Un dato aproximativo refiere que en la pandemia de 1918 en Suecia, por cada fallecido ingresaron 4 personas a las casas de asistencia social (poorhouses).


En este punto el lector puede estarse preguntando: ¿dónde viene el problema? La respuesta: la austeridad. Ésta cobra vidas, no debe quedar ninguna duda. Lamentablemente no es un asunto nuevo, en realidad, la austeridad la hemos venido arrastrando los últimos 40 años (cuando menos). Para muestra, un botón, o en este caso dos…


Primero, los datos duros: el gasto público en salud como porcentaje del PIB. Aunque desafortunadamente sólo se cuentan con datos del 2000 para acá, la comparación ayuda a tener un panorama del desempeño de México, el más bajo de entre los países seleccionados. Incluso en los momentos más altos, no fue mucho más allá del 6% en 2009, descontando que el PIB en ese año disminuyó a causa de la crisis económica. En este rubro, nos encontramos muy por debajo de países como Alemania, que en los últimos 10 años gastaron por encima del 11%, al igual que el promedio de los países de la OCDE.


Incluso, países de ingreso medio como Israel (que elegimos porque lidera la carrera de vacunación) gasta en promedio más del 7% de su PIB. Los casos de Cuba y Afganistán en esta comparación son engañosos a medias. Pareciera ser que ambos países gastan sustantivamente más que México aunque su PIB sea mucho más pequeño. Lo anterior revela que, a pesar de las dificultades económicas que han enfrentado, las prioridades de sus gobiernos se han encontrado mucho más cercanas a las necesidades populares.


Un segundo indicador, más tangible quizá, es el número de camas hospitalarias por cada mil habitantes. Ésta es una buena referencia para señalar qué tan preparado se encuentra un Estado frente a una contingencia sanitaria. Siguiendo con la comparación mostrada anteriormente, los resultados no son nada sorprendentes. México se encuentra por debajo de todos, menos de Afganistán, sin descontar que este país ha vivido en guerra civil los últimos 40 años. Curiosamente, Cuba ha logrado mantener, incluso incrementar ligeramente, su capacidad hospitalaria, mientras que Israel, Alemania y el promedio de los países de la OCDE acusan una caída en las últimas 3 décadas ¡Bendita austeridad!


Repetimos: la austeridad mata. Pero no nos confundamos, también la austeridad actual ha cobrado vidas. La negativa del gobierno federal de dedicar un plan económico de rescate bajo pretexto de no endeudarse ha sido catastrófica por donde se le mire. Ya sea en personas que terminan contagiadas por tener que salir de su casa a ganarse la vida, o por aquellas que caen en pobreza y necesidad por evitar salir o perder su empleo. Según la ECOVID-ML, todavía para julio sólo 6.6% de la población había reportado recibir un apoyo del gobierno, frente a 89.4% que no.


Ahora que seguimos subiendo “el segundo pico” de la pandemia, sería juicioso aprender de los errores pasados y abandonar la política de austeridad en beneficio de los más necesitados. En este sentido, me parece pertinente rescatar dos propuestas:


  • El Ingreso Mínimo Vital, estimado el año pasado en $3,746.00 pesos mensuales para ser proporcionados de forma no condicionada y temporal a todas las personas que hayan perdido sus fuentes de ingreso.

  • Plan integral para atender las consecuencias económicas de la pandemia elaborado por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) que consiste en: 1) aumentar el gasto en salud; 2) dotar de un ingreso mínimo a trabajadores del sector informal durante 3 meses; 3) seguro de desempleo a trabajadores que hayan perdido su trabajo, equivalente a dos salarios mínimos; 4) apoyos a empresas del sector formal de un salario mínimo por cada trabajador contratado; y 5) reembolso extraordinario de ISR para trabajadores y trabajadoras por cuenta propia registrados ante el SAT por valor de 10 mil pesos.


A manera de pilón y sólo para satisfacer la curiosidad del lector que llegó hasta el final. ¿Cómo vamos en comparación con los países antes mencionados en la lucha contra el Covid-19? Vamos, como de costumbre, destacadamente mal. Pero, sin duda, aún es tiempo para rescatar, social y sanitariamente, a millones de personas de las consecuencias de la pandemia.


Alejandro Aguilar

Dudas y comentarios, siempre recibidos en: alejandro.aguilar@imdosoc.org

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