Por David Vilchis
Quino, a través de su icónica Mafalda, decía que cada vez que el papa llamaba a la paz, siempre le sonaba ocupado. Más allá de la broma, me parece importante rescatarlo porque revela un elemento clave de la paz que muchas veces pasamos por alto: la paz no se alcanza, se construye. Ahora bien, ¿cómo podemos construir la paz? El papa Francisco, en sus ocho mensajes para las Jornadas Mundiales de la Paz, nos da pautas y claves para lograrlo.
El diagnóstico del magisterio pontificio es que la globalización nos acerca, pero no nos hace hermanos. Al contrario, globaliza la indiferencia al habituarnos al sufrimiento del otro. En cambio, únicamente viendo al otro como un hermano, podemos asumir verdaderamente la responsabilidad de cuidarle y protegerle.
Además, la falta de fraternidad puede conducir a rechazar la humanidad del otro, lo que es causa ontológica de la esclavitud. La cual persiste revistiéndose de nuevas formas en las condiciones precarias de las y los trabajadores y migrantes, sin mencionar las víctimas de la prostitución, el secuestro y la trata. Por eso la fraternidad es el fundamento y camino para la paz, porque implica la conversión de nuestra concepción del otro.
Ahora bien, la indiferencia sólo se puede combatir con verdadera solidaridad, acompañada de una genuina conversión tanto de los corazones como de las naciones. Hay que recalcar que esta conversión no sólo es individual, sino que, como enseña Pablo VI, también es estructural. Por ello, deben fomentarse políticas de redistribución de la riqueza, así como acuerdos y leyes nacionales e internacionales dirigidas a combatir la pobreza, la corrupción y la guerra, y a reducir la desigualdad. Pero en la base siempre debe estar la “conversión de los corazones que permita a cada uno reconocer en el otro un hermano del cual preocuparse, con el que colaborar para construir una vida plena para todos.” (XLVII)
Estos dos niveles de conversión están presentes en todos los mensajes del papa.
Así, la conversión es la respuesta que hemos de tener ante las injusticias del mundo e implica reconocer en el otro un hermano de quien soy responsable. Esta corresponsabilidad que tenemos para con los otros, es el fundamento de la cultura del cuidado que, a raíz de la pandemia, el papa propone como camino de paz. Así, no hemos de hacer propia la respuesta de Caín ante la pregunta de Dios por el paradero de su hermano y hemos de entender como claves del cuidado: 1) la promoción de la dignidad humana; 2) la solidaridad para con las personas descartadas; 3) la preocupación por el bien común; y 4) el cuidado de la casa común. El romano pontífice exhorta a considerar estas claves como principios sociales que constituyan una brújula que dé rumbo común, “un rumbo realmente humano” a los procesos políticos, económicos y sociales. (LIV)
El cuidado también implica superar la tentación de venganza y la idea de que la violencia es el camino para la resolución de conflictos. Lo cual es apremiante pues, ante nuestro mundo fragmentado en el que la violencia se comete de modos y niveles tan diversos que nos hacen hablar de una guerra mundial por partes, responder a la violencia con violencia es un camino de autodestrucción. Además, la paz no puede reducirse a ser un simple equilibrio de fuerza y miedo, pues “mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la realidad.” (LII) Por ello, también es una profanación actuar con violencia en nombre de Dios, por ello el papa no se cansa de repetir que sólo la paz es santa, nunca la guerra.
Finalmente, no hemos de olvidar que la consecución de la paz depende de la conversión “del corazón y del alma.” Conversión que tiene tres dimensiones inseparables: la paz con nosotros mismos, la paz con el otro y la paz con la creación. Ahora hemos de preguntarnos, ¿qué podemos hacer nosotros para construir la paz? Y la respuesta está en nuestra cancha.
Primeramente convencernos que en la actualidad, ante la lucha despiadada por el poder y el dinero de los grandes monopolios internacionales se hace prácticamente imposible una actitud solidaria de estos hacia los pobres del mundo. Lo que es claro es que el colapso de esta acción de los grandes poderosos del mundo es real y se debe principalmente a que les esta negada un proceso indefinido la acumulación de riqueza porque la pobreza mundial no compra y mucho menos los pueblos asesinados mediante guerras. Quisiera insistir que la paz y la fraternidad se puede y debe construir de abajo hacia arriba, partiendo de las comunidades existentes auto gobernadas y auto suficientes que siguen existiendo desde su origen histórico.