En pasadas entradas he escrito sobre las promesas y los peligros del populismo. Hasta este punto, el diagnóstico parece claro, el populismo pareciera ser más un peligro que un soporte de la democracia. Sin embargo, este no es el punto de vista de posturas críticas de la democracia liberal, algunas de las cuales han abanderado el populismo como un recurso para “democratizar la democracia”. Estas visiones críticas tienen una larga historia y varias expresiones, de las cuales me contentaré con mencionar sólo dos.
El populismo de izquierda
A principios del presente siglo, el sociólogo argentino Ernesto Laclau escribió su influyente libro La razón populista. En él, buscaba dar luz sobre tan elusivo fenómeno rechazando las explicaciones tradicionales. Ya no se trataba de una manifestación de sociedades subdesarrolladas, ni un estilo o estrategia de un líder manipulador, tampoco una suerte de ideología particular. Por el contrario, para Laclau el populismo sería una forma de hacer política en la cual una serie de demandas sociales insatisfechas son representadas por un líder carismático, y englobadas en su discurso.
Para Laclau, como para el teórico político Jacques Rancière, el populismo es idóneo como vehículo para la justicia social. La apelación constante al pueblo que se hace en el populismo permite visibilizar a los grupos excluidos. Pues mientras cualquiera se pueda identificar dentro del meta-colectivo ‘pueblo’, cualquiera podrá apelar a las promesas de equidad del populismo. Al hacerlo, consagraría la promesa de la democracia: volvernos, al fin, una sociedad de iguales.
En términos excesivamente simplificados, esta es la apuesta teórica del populismo de izquierda. Su más prominente defensora de la actualidad es la filósofa belga Chantal Mouffe, que en un libro reciente, titulado Por un populismo de izquierda, busca animar el debate para revigorizar la democracia frente al proyecto tecnocrático y elitista del neoliberalismo.
El papa Francisco y la reivindicación del “pueblo”
En este debate teórico, difundido por los defensores del populismo de izquierda, bien podríamos insertar la propuesta del papa Francisco ante los populismos y liberalismos. Vale la pena citarlo en extenso para mostrar los parecidos:
“Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra ‘pueblo’, puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de ‘pueblo’ es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar.” (FT, 160)
El texto de Francisco es iluminador porque enfatiza al mismo tiempo dos argumentos. Por un lado, aboga por una representación virtuosa del pueblo en sintonía con la que plantearon hace un par de décadas Laclau, Mouffe y Rancière. Por otro lado, condena a un populismo que “desfigura” al pueblo, pues utiliza la legitimidad que de él emana para gobernar.
La diferencia entre ambas visiones proviene de la misma reivindicación del pueblo. El pueblo puede ser un ente ominoso y opresivo cuando es concebido como un colectivo cerrado, del cual algunas personas son sistemáticamente excluidas. El pueblo cerrado es el de unos pocos y para unos pocos. Un pueblo además inerte que sólo es convocado para aplaudir las decisiones de ese líder que sirve de garante de su pureza.
Por el contrario, el regreso virtuoso al pueblo viene de concebirlo como un colectivo abierto, como una identidad siempre dispuesta a la acogida de lo diferente. El pueblo, entendido desde esta perspectiva humanística es garantía de pluralidad y disenso. Todas las personas, a pesar de su diferencia, tienen cabida bajo su manto. Es el pueblo en el cual el explotado, el discriminado y el marginado puede reivindicar su pertenencia y, por lo tanto, sus derechos a ser tratado en igualdad de condiciones.
¿Dónde y cuándo encontrar ese pueblo? Trataré de brindar intuiciones en la próxima entrega.
Alejandro Aguilar Nava
Dudas y comentarios siempre bien recibidos al final de la página o al correo de alejandro.aguilar@imdosoc.org
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